Las reglas del marqués de Queensberry


En la segunda mitad del siglo XVII el boxeo comenzó a hacerse popular en Inglaterra. Se cree que llegó allí procedente de los marinos ingleses, quienes entrarían en contacto con dicha práctica ya extendida por India, China y el sudeste asiático. Los combates se realizaban, por aquel entonces, a puño descubierto y sin límite de tiempo, y las lesiones eran, la mayoría de las veces, bastante graves.

En 1743, como consecuencia de haber matado dos años antes a un contrincante en un encuentro pugilistico, Jack Broughton escribió siete reglas que pretendían evitar que aquello se volviera a repetir. Se las llamaron las «London Prize Ring rules» (Reglas para el Ring del Premio de Londres). Estas siete reglas fueron ampliadas a veintitrés en 1838 y a veintinueve en 1853, pasando a denominarse «Revised London Prize Ring rules» (Reglas revisadas para el Ring del Premio de Londres).

Estas reglas, no obstante, no mejoraron mucho la imagen que la clase alta británica tenía de estos encuentros; las trifulcas y «vicios» asociados al boxeo evitaban que se invirtiera el capital necesario para hacer de él un espectáculo atractivo para la sociedad más acomodada. Así, John Graham Chambers, con la intención de hacer del boxeo un deporte más atractivo, creó un nuevo set de reglas, publicadas en 1867. Pretendían enfatizar la técnica y la habilidad. Chambers logró que John Sholto Douglas, el IX marqués de Queensberry, les prestara su patrocinio. Las doce nuevas reglas nacieron, por tanto, con el nombre de su mecenas: las «reglas del marqués de Queensberry», o también popularmente, las «reglas de Queensberry» («Queensberry Rules» en inglés).

Las principales diferencias con las anteriores eran cuatro: los púgiles llevaban guantes protectores; cada asalto consistía en tres minutos de lucha seguidos de un minuto de descanso; la lucha era ilegal; y el boxeador que fuera derribado debía levantarse sin ayuda en menos de diez segundos. Las doce reglas estipulaban que, en lo que no se exponía en ellas, seguían en vigor las anteriores.

No todos estuvieron de acuerdo; mientras que los profesionales se mofaron de estas nuevas reglas y las consideraron poco varoniles, los más jóvenes comenzaron a adoptarlas. El mayor apoyo vino, sin embargo, de manos de Jem Mace, quien había ganado el campeonato británico de boxeo en 1861 con las reglas antiguas. Su apoyo, explícito en ocasiones, a las reglas creadas por Chambers, no fue óbice para que siguiera luchando y ganando títulos con las reglas de Londres.

Aunque las reglas de Queensberry ayudaron, durante un tiempo, a que el boxeo obtuviera un halo de respetabilidad en Inglaterra, dicha situación no duró demasiado. Seguía asociándose el boxeo con el alcohol y las apuestas, y eran comunes las peleas entre el público, por lo que fue perdiendo prominencia en el país. Al mismo tiempo, en América, ocurría todo lo contrario; se promocionaban multitud de combates y estos, a menudo, se presentaban como metáforas de «enfrentamientos étnicos»: por ejemplo, eran habituales los combates entre, por un lado, representantes de irlandeses de pura cepa y, por otro, de los nacidos ya en América. No era infrecuente que los golpes iniciados en el cuadrilátero continuaran, fuera del ring, entre los distintos grupos.

John Lawrence Sullivan fue el último boxeador en ganar el título mundial en un combate a «puño limpio» en 1882. Sullivan, apodado «el muchacho fuerte de Boston», defendió después con éxito su propio título en 1889 frente a Jake Kilrain, en el último enfrentamiento de pesos pesados por el título mundial «a puño limpio» de la historia, pese a que, para aquel entonces, esta modalidad ya era considerada ilegal. Cuando en 1892 se enfrentó a James J. Corbett, ya lo hizo con las reglas de Queensberry. Corbett ganó aquella pelea y se proclamó campeón del mundo, el primero «con guantes».

Si quieres saber más sobre las reglas de Queensberry, puedes seguir los siguientes enlaces:

Este artículo forma parte de la serie «Lugares, artilugios y otras locuras», relacionados con la novela «El falso espejo del rey Salomón».

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