No queda claro si Francisco Serrano Bedoya, nacido en Quesada (Jaén), lo hizo en 1812 o 1813, puesto que constan ambas fechas en distintos documentos. Su padre, Tomás Serrano, era liberal y quizás de él heredó sus convicciones políticas que le acompañarían toda su vida.
Su vocación, no obstante, residía en la carrera militar, y desde el inicio de ésta, tomó parte en la lucha contra los levantamientos carlistas, incluso en primera línea de batalla. De hecho, el 12 de abril de 1838 fue herido de gravedad por una bala de cañón durante la defensa de Sant Quirze de Besora. Era ya, por antigüedad, capitán, pero tras este evento fue ascendido a comandante de Milicias por méritos de guerra.
Tras recuperarse, pasó a Infantería y poco antes de terminar la guerra, en julio de 1840, fue nombrado ayudante de campo del general Espartero. Al año siguiente contrae matrimonio con Eloísa de Aizpurúa y Gómez, nacida en Almería en 1820. Ese mismo año acompaña a Espartero, ya regente del reino, a sofocar la rebelión del País Vasco. Francisco Serrano se convierte en su persona de confianza, hasta el punto de que, cuando se produce en 1843 la rebelión contra el regente, interviene en su favor. Lo acompaña en su exilio en Londres, motivo por el que fue privado de su grado de coronel. Estuvo en la capital británica poco más de un año; al caer enferma su mujer, solicita un pasaporte para volver a España, donde queda solo temporalmente puesto que, ante las suspicacias de las autoridades, se le conmina a abandonar de nuevo el país. Finalmente, en 1845 se le concede permiso para volver definitivamente a España; en 1846 es rehabilitado con el grado de teniente coronel.
Francisco Serrano entra en política por estas fechas, siendo sus afinidades claramente progresistas. Es una época de continuas conspiraciones, y en 1848, debido a su fidelidad a Espartero, se ordena su detención y destierro a Filipinas. Escapa antes e inicia un nuevo exilio en Montpellier. Enfermo y apartado de otros españoles, se le concede, en marzo de 1849, permiso para regresar a España.
Es rehabilitado ahora a coronel, pero las conspiraciones políticas siguieron. Al ser Serrano Bedoya un abierto partidario de Espartero, el ejecutivo se teme que pueda asistirle en un posible golpe de estado. Por esta razón, en 1854, se le destina a Albarracín, donde es detenido y, tras unos meses, trasladado preso a Zaragoza. Precisamente allí se dirige Espartero para encabezar el movimiento que le retornaría al poder, aunque Serrano ya había sido liberado y llevaba acabo acciones a favor del líder de la insurrección.
Tras volver Espartero, con O’Donnell esta vez, al gobierno, Francisco Serrano se presenta en las elecciones. Logra ser nombrado diputado por las filas progresistas aunque, tras el golpe contrarrevolucionario de O’Donnell que aleja a Espartero de la política, en 1856, Serrano, que siempre había sido fiel a Espartero, quedó en «situación de cuartel» (sin mando ni puesto específico).
Continúan las conspiraciones, en lo que se convertiría en norma de aquel tiempo, y en las siguientes elecciones de enero de 1857 no se le permite presentarse. Serrano Bedoya se acerca, no obstante, hacia la Unión Liberal de O’Donnell. Éste, en junio de 1858 es nombrado presidente de Gobierno por la reina Isabel II y en otoño de ese mismo año se convocan nuevas elecciones, a las cuales, esta vez sí se presenta Francisco Serrano. Consigue el acta de diputado por el distrito de Cazorla, como candidato gubernamental de la Unión Liberal.
En mayo de 1859, se nombre a Serrano comandante militar del Campo de Gibraltar. Aunque no toma parte de las acciones directas, durante la guerra de África, sus esfuerzos de apoyo e intendencia en dicho confilicto provocan que le sea otorgada la gran cruz de la Orden de Isabel la Católica, y que, sobre todo, estreche lazos con Prim, quien iniciaba allí su carrera militar. Entre 1860 y 1866, Serrano Bedoya pasó por la Capitanía General de Burgos, la de Castilla La Vieja, y la Dirección General de la Guardia Civil. Ese mismo año, tras obtener la Gran Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo, por su intervención en la sofocación de la rebelión del Cuartel de San Gil, dimite por problemas de salud.
En 1868, el general Prim llevaba ya años conspirando, implicado en mil y un levantamientos militares y políticos. El gobierno de Isabel II, casi acabado, es ultraconservador y, en la madrugada del 8 de marzo, como respuesta a los rumores de un inminente pronunciamiento militar, manda detener en sus domicilios a los más destacados generales unionistas, entre los que se encontraba Francisco Serrano Bedoya. Lo destierran a Canarias, donde una vez más su salud se resiente. Al mes siguiente parte hacia Cádiz. Allí, junto con Topete, espera la vuelta de Prim. El 19 de septiembre, firmado por Serrano Domínguez (el «general bonito», primo de Serrano Bedoya), el propio Serrano Bedoya, Prim, Topete, Dulce y otros militares de renombre, se hace público un manifiesto cuyo grito final sería «¡Viva España con honra!». La rebelión avanza en España por dos frentes: uno liderado por Serrano Domínguez, que avanza hacia Madrid, y otro por Prim y Serrano Bedoya, por mar, que recorre los puertos del Mediterráneo. En Cartagena, el 30 de septiembre, Serrano Bedoya regresa a Málaga y ocupa la capitanía general de Andalucía y Extremadura. Isabel II abandona España. Sería ésta la revolución llamada «La Gloriosa» que daría paso al sexenio revolucionario. El 25 de octubre, Serrano Bedoya vuelve a la dirección general de la Guardia Civil.
En las elecciones del 15 de enero de 1869, Francisco vuelve a ser elegido diputado por la Unión Liberal, aunque apenas puede acudir a promover su candidatura puesto que hacía tiempo que su mala salud le tenía encamado. Sus gestiones al mando de la Guardia Civil, aunque delegadas en subordinados, le granjean duras críticas en estos tiempos por parte de los sectores más izquierdistas.
Esas mismas elecciones las ganó la coalición de Prim (con los progresistas), y la Unión Liberal de Serrano Domínguez. El 1 de octubre de ese año se aprueba la Constitución de 1869, en la que se dicta que las Cortes elegirán un nuevo rey que sustituya a la destronada Isabel II. Entretanto, el general Francisco Serrano Domínguez es elegido regente del Reino y Prim presidente del Consejo de Ministros.
A los problemas de salud de aquel momento de Serrano Bedoya, se añade que a primeros de diciembre fallece su hija Francisca con 19 años, aquejada de viruela. Pasó Francisco lo que quedaba de diciembre en Aranjuez, habiéndosele concedido un permiso para recuperarse de aquella terrible pérdida y de su frágil salud. El atentado del 27 de ese mes contra Prim le hace volver a Madrid y ponerse al frente de la Guardia Civil, que había quedado, hasta entonces, a cargo de su segundo. Ya con Amadeo I de Saboya, Serrano Bedoya fue ratificado en su cargo de director de la Guardia Civil. Se celebran nuevas elecciones, y vuelve a ser elegido diputado. En julio de 1870, Serrano Domínguez renuncia a su cargo de presidente de Gobierno, y con él renuncian todos los militares unionistas, incluido Serrano Bedoya, pese a que su cargo es militar y no político. Amadeo I se niega a aceptar esas dimisiones, y Serrano Bedoya, así como el resto de generales unionistas terminan aceptando y continuan en sus cargos.
Ese mismo año, en septiembre, se reúne con Sagasta que, aunque del mismo partido que Zorrilla, quien en aquel momento ostentaba el cargo de presidente del Gobierno, estaba enfrentado a éste. Sería el inicio de una gran relación entre Serrano Bedoya y Sagasta. Aunque la prensa especuló sobre una posible crisis de gobierno, en la que Serrano Bedoya apoyaría a Sagasta para derribar el gobierno de Zorrilla a cambio del ministerio de la guerra, ésto no se produjo, incluso una vez que Sagasta llegó a la presidencia, al menos en aquel ejecutivo.
En las elecciones de abril de 1872, tanto Serrano Domínguez como Serrano Bedoya fueron elegidos diputados, el primero por Jaén y el segundo por Cazorla. Seguían acuciándole los problemas de salud y las desgracias familiares: su hijo mayor, Tomás, moría en La Habana, víctima del cólera. Sagasta, ahora sí, le había ofrecido la cartera de Guerra, pero Serrano Bedoya, ante tan reciente y terrible pérdida, no quiso aceptarla.
La incertidumbre política continuaba en España. A Sagasta le sucedía Serrano Domínguez, y a este Ruiz Zorrilla. En aquel momento, Serrano Bedoya, sin Sagasta ni Serrano Domínguez en los puestos de poder, dimite de la dirección de la Guardia Civil, quedando en situación de cuartel, disponible. Zorrilla convoca de nuevo elecciones, aunque esta vez Serrano Bedoya no se presenta y se aparta de la vida pública. Seguía enfermo.
En febrero de 1873, Amadeo I abdica y se proclama la República. Aún así, no es hasta enero de 1874, que Serrano Bedoya vuelve a aceptar, a su pesar decía, un nuevo cargo: el de director general de Infantería, y dos meses más tarde, con mayor objeción si cabe, el de Capitán General de Cataluña, con la misión principal de frenar el avance carlista en la región. Su labor al frente de esta capitanía general fue alabada por el público y la prensa; redujo, en cierta medida, los ímpetus carlistas. No obstante, de nuevo sus problemas de salud, que parecían recrudecerse cerca del mar, le hicieron mella. Serrano Bedoya dimite de su puesto y vuelve a Madrid, donde se le nombra director general de los cuerpos de estado mayor, cargo al que es, de nuevo, muy reticente. Poco más tarde, Serrano Domínguez encarga a Sagasta formar gobierno y que en éste figure Serrano Bedoya como ministro de la Guerra. Se encontraba en aquel momento enfermo, en cama. Se resistió, por esta circunstancia, pero Sagasta se trasladó a su domicilio para intentar convencerle. Finalmente, Serrano Bedoya aceptó la cartera de la Guerra. La prensa alfonsina no recibió la noticia con mucho agrado: al fin y al cabo Francisco Serrano formaba parte de los militares revolucionarios del 68 que derrocaron a los Borbones. Los meses en el ministerio fueron intensos: se buscaba reorganizar el ejército y mejorar sus medios para afrontar la guerra.
Al tiempo que Serrano Bedoya ejercía su cargo, los conservadores, encabezados por Cánovas, maniobraban sin disimulo para la restauración de la monarquía y la futura proclamación de Alfonso XII como rey. Como ministro de la guerra, se le criticaba a Serrano Bedoya su inacción. Francisco, sin embargo, parecía confiar en la disciplina del ejército y sobre todo, en la lealtad del capitán general de Madrid, Primo de Rivera. Martínez Campos, entretanto, estaba vigilado, puesto que, al contrario que Cánovas que buscaba una restauración sin pronunciamiento militar, creía el general que la campaña política pacífica no serviría por sí sola para lograr la restauración monárquica. Tras eludir la vigilancia a la que lo tenían sometido, el 29 de diciembre, en Sagunto, Martínez Campos lideró la sublevación que supuso la vuelta de los Borbones a la monarquía.
Primo de Rivera, aquel día, ordenó que nadie entrara ni saliera del ministerio de la Guerra, impidiendo que se comunicaran los máximos estamentos del Gobierno. Se enfrentaron, por tanto Primo de Rivera y Serrano Bedoya, amenazando éste con suicidarse por dicha traición. Finalmente, Primo de Rivera levantó el bloqueo y Serrano Bedoya pudo telegrafiar a Gobernación. Serrano Domínguez se encontraba aquel día en Tudela, en campaña para someter a los carlistas, y Sagasta acababa de enterrar a su hija. Aunque de cara al público se afirmó que todas las guarniciones mostraban su lealtad al gobierno, lo cierto era que buena parte de ellas simpatizaban con el pronunciamiento. Ante el temor de que degenerara en una guerra civil, se claudicó y el 14 de enero, Alfonso XII entraba en Madrid y ponía fin a la República. Serrano Bedoya, por tanto, quedó en situación de cuartel, sin mando alguno. No hubo represalias, pero a partir de entonces dejó de tener protagonismo. Terminó, como casi todos los mandos de la época, reconociendo la monarquía.
Todavía, en 1876, intenta presentarse a elecciones a Cortes, aunque distintas maniobras por parte del gobernador provocan que retire su candidatura. Ya no se presentaría más.
Los siguientes meses y años fueron de completo retiro para Francisco Serrano Bedoya. En 1881, no obstante, cuando el rey encargó la formación de gobierno a Sagasta, Serrano se reunió con él. Por edad y salud, no obstante, ya no podía hacerse cargo de ningún puesto de importancia vital, sino que estaba restringido a cargos de honor y representación. Sagasta lo nombró senador vitalicio y poco más tarde le dio la presidencia del Consejo Supremo de Guerra y Marina. Falleció el 23 de septiembre de 1882.
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